Era otro día más en la vida de Virgilio, o sea, otro día más de clases en la vida de Virgilio. Se fue por el rumbo más largo, cuando decide ir a dar sus clases de militarismo. La milicia para él, qué fue, fue enseñanza, aprendizaje, destreza, habilidad, y más, disciplina, honradez y virtud y una meta tan valorada que sólo quería en crear a gente, o sea, a soldados, que en verdad serán grandes militares en el mañana, como él, en la década del ‘30. Aquella década en la cual, él realizó y comenzó en la milicia con el uso de armas a practicar con ellas en el militarismo con la puntería o tiro al blanco. Cuando él Virgilio, socavó en su propia alma, como buscando un por qué, tan real y tan vivaz y exacto. Pero, sólo halló lo que nunca debió de haber encontrado, un dolor sin sanar y sin salvar, en cuestión de salvar aquella vida con plétora abundante, con un sangrado sin mansalva. Cuando se inundó el vicio, de haber nacido con su mano derecha, y haberla perdido por un sólo error, tan grave como haber tomado esa espada, la luz al filo de la espada, no llegó a descifrar su acometido. Cuando logró sentir el silencio de la vil muerte, como un pasaje de ida y no de vuelta, cuando acarició el tormento, de ver en la vida, el tiempo, y, más aún, el silencio de ver en el cielo de gris y no azul como aquella tarde en que sólo soslayó el temor, el terror, y la terrible ansiedad. Cuando sólo quiso ser el viento, o el ocaso de aquel tiempo en que sólo el deseo subrayó el temor, de ser por ser, la ternura o la locura en que el tiempo sólo dictó el numen de tener un sólo poder: la valentía. Y ser valiente, sólo lo hizo creer cuando vió en un sólo hilo a su mano derecha. Cuando en el ocaso se vió el terror de querer sobrevivir cuando en la cruda realidad, se vió la ansiedad de tener su mano derecha amputada yá. Cuando en el silencio se enalteció la fuerza y el poder de aquella valentía, cuando el error se llenó de más ansiedad. Cuando en el alma socavó una luz, como la luz al filo de la espada. Cuando el silencio llegó a ser como el arma mortal de la muerte. Cuando en el juego de la vida se debe siempre de tener dos sacos uno de ganar y uno de perder. Cuando en el sol, se dictó el poder de ver el sol al filo de la espada en la vil y cruel muerte que se veía venir. Pero, él Virgilio, se llamó por otro nombre, como el héroe del mismo poder de una bella valentía. Cuando en el alma se debió de entretejer, lo que pasó, un corte oblicuo con aquella espada tan filosa, como él mismo la había creado, hecho y elaborado de tal manera que era un gran honor saber de ella y tenerla en casa, en su propio atrio en su hogar. Cuando llegó la noche, sólo quiso visitar el atrio de cachivaches, lleno de cosas que eran de él, incluyendo a su espada. Lo observó detenidamente, supo donde estaban cada cosa, su podadora, su escoba y recogedor, la lavadora y secadora, su auto, también estaba allí, pero, una sola mancha quedó en el atrio, en aquel desenlace, tan tenebroso, tanto terror, tanto miedo y horror. Cuando quedó atrapado entre aquella plétora de sangre tan abundante en aquel suelo por donde muchas veces él pisaba y caminó por el lado de la espada y vió la mancha de sangre. Pues, se hirió a muerte de lanza con aquella espada, que un día le dió todo el honor y más la fe de guardar parte del secreto tan vil de la milicia: el honor de un soldado. Cuando en el alma se da la luz de ese filo en la espada de rectitud, de valentía y honor y virtud. Cuando se logró en llegar a atemorizar de espantos de la vil muerte en manos de la sensación tan prohibida como aquella espada en que sólo se vió la luz al filo de ella, de la espada. Cuando se automatizó la espera de naufragar por el tiempo, por el mar abierto y por el rumbo tan incierto. Cuando sólo quise ser como el desierto de haber logrado llegar a lo lejos y llegar a la ciudad, cruzando y sobrepasando el levante. Cuando se dió la virtud, tan real, como haber podido llegar y cruzar en el tiempo, con el dedo acusador de ver en el cielo una cruz, la misma del Cristo y, más aún, de una salvación. Cuando se vió la sensación de vivir, en camisas de color blanco y, más aún, con el color rojo de la misma sangre. Y sí, vivió como todo héroe, vivió como todo hombre de la edad de él, el manco de Virgilio. Y más aún, sí, dió las clases más electrizantes de militarismo, pues, él sólo fue un soldado que vivió sin muerte. Era un soldado vivaz, pues, nunca tuvo vivencias más que el desastre de haber perdido a un miembro de su cuerpo. Y era Virgilio el que aceptó más a la pérdida de su mano derecha cuando en el alma se electrizó más poder vivir sintiendo en el alma una recaída fuertemente. Cuando en el alma se dió una luz, como la luz al filo de la espada. Fue como sucumbir de un desierto cuando en el alma se sabe que el destino es débil como lo fuerte de la misma alma. Cuando en el ocaso no se detiene el sólo frío de sentir y de percibir cuando llega la sola noche, cuando se sintió, el sólo desastre, de embriagar la soledad con dolor. Cuando en el silencio se debatió una triste agonía en salvaguardar lo inesperado, en perder a su mano derecha. Cuando en el alma se siente así, como un dolor muy fuerte en que se debatió una sola triste sensibilidad. Cuando en el alma se detuvo una luz, como el instante en que se sintió aquí, una dulce atracción en saber lo que no se esperaba. Cuando en el alma se oscureció por tanto y por demás como silbar un sólo delirio entre el frío y calor de entregar el dolor sin calma ni suspiros. Y era él, el Virgilio, cuando se detuvo el tiempo, como pasaje de ida y sin vuelta, cuando perdió el delirio como el frío de una mentira, que socavó muy adentro. Cuando en el alma se espera a que el tiempo sostenga la luz, como aquella luz al filo de la espada. Cuando en la cobarde desilusión se encierra la manera de sentir y de percibir el instante como ira de una manera de atraer el mismo dolor en el recuerdo. Y duele, duele mucho. Como lo principal de un desafío, como la incongruencia de ver el cielo como autónomo, de un sólo desastre en amarrar lo que fue sangre en el mismo suelo.
Continuará…………………………………………………………………………...