Cuando de repente llega su alumno más dotado, lo recibe con mucho ahínco, pues, era el estudiante más sobresaliente, y le otorga la medalla por el gran y único esfuerzo por haber colaborado con un “training “ del militarismo. Cuando en la vida sólo sostuvo, que la vida dá placeres, trabajo y esfuerzo, pues, no todo se pinta de color rosa, pero, más aún, se sabe que la vida es eso, lucha consistente aunque vayamos siempre por rumbos diferentes. Y él, el Virgilio lo sabía, desde que tenía basta experiencia para laborar como profesor, como amigo y, más aún, como un soldado yá retirado de sus funciones de la milicia. Sólo esperó por ver el atardecer, el ocaso frío deambulando por el cielo y como despidiendo todo aquello que se llama el día, para que llegue la majestuosa noche fría, densa, y apaciguada. Cuando en el alma se debate una espera, una soledad, un tiempo y un sólo anhelo. Como aquel que en el tiempo se frizó un sólo deseo: y era poder vivir. Cuando en el ocaso se veía la cruel forma de ver en el cielo el flavo color. Cuando en el alma se detiene la manera de ver en la noche tan silente la forma de sentir, de ver el cielo oscuro con las estrellas, aquellas mismas que en el alma no se detiene una forma tan extraña de ver en el cielo. Cuando en el amor no se detuvo una corazonada, cuando aquel latido fue fuerte como tan débil la entraña de socavar un sólo delirio o el frío de ver en el amanecer el mismo sol, aquel que en la filosa espada se había posado para, ¿evitar lo sucedido o no?. Cuando en el alma se detuvo una mirada como aquella que soslayó tirado en el suelo del atrio. Y miró a la noche densa y oscura y dentro de su hogar como en aquel balcón que miraba el cielo desde su más remota distancia. Cuando en el alma se sintió como enredar el desastre de ver el cielo con más poder que nunca, cuando en esa noche de soledad y ansiedad se miró a su mano derecha y no estaba, sin tan sólo fue aquel dolor que lo hirió a muerte, cuando no tuvoa su miembro en su lugar. Cuando en el atrio se enredó de toda aquella sustancia viscosa y del flujo, llamada sangre. Cuando en el desván de recuerdos sólo quedó un recuerdo. Y fue el haber esperado un tormento como aquel dolor en que fue llevado quirúrgicamente al hospital para sanar aquello que se llama mano derecha. Cuando en el alma se llenó de dolor y eficazmente se alteró lo que se llama dolor tan hiriente en el alma y, más aún, en su mano derecha que quedó cortada como se cortan unas rosas de rosas rojas en el jardín. Y era el manco de Virgilio, y era él, y más que él. Cuando en una mañana amaneció con la ilusión de dar clases de militares y fue muy bien acertada la iniciativa de ver en el alma una pequeña luz. Cuando en el amor se convirtió de sensaciones tan delirantes como haber quedado con el amor sin alguna condición. Cuando en el alma se dió una luz en el alma, cuando en el silencio abasteció como llama la muerte tan vilmente. Cuando en el amor se dió lo que más se debe de tentar el amor a cuestas de la herida tan vil. Y cruzó por los febriles estándares de la vida o de la muerte, cuando se dió lo más consecuente de la acción más delirante, cuando en el alma sucumbió un sólo trance. Cuando en el alma se siente aquí. Como una oscura desolación en atraer lo que quiere el sol, cuando la luz al filo de la espada, cruzó los estándares más tornasoles de la vida. Cuando en el ambiente se dió lo que más encrudece, cuando en el sol, se dió lo que más se venga el sol, cuando cega a los ojos. Cuando entre los celos de la vida, se dió lo que más apacigua la calma, cuando en el reflejo del espejo, se dió lo que más se electriza. Cuando en el terror se sintió el camino entre la ranura de la vil muerte. Cuando en el alma se da lo acometido, de un sólo principio como el final de un instante. Cuando en el alma se atemorizó lo que más se dió, cuando sólo falló lo que se dió aquí. Cuando en el deseo se convirtió en el amor fugaz dentro de la manera de ver llegar en camisas de color blanco la horrorosa muerte, junto al color de la sangre. Cuando se advirtió el desangre en la luz al filo de la espada, sí, con ese sol fuerte y delirante y tan electrizante. Cuando se supo que el instante se acordó en ver el cálido siniestro de la vida: la cruel muerte. Y la cruel muerte fue así, como tan letal que por poco se lo lleva lejos de la vida y del atrio donde se encontraba él. Se llenó de una salvaje punzada de una lanza tan filosa como aquel instante en que se debió de ver el ultraje en camisas de color blanco y con el color rojo carmín de la misma sangre que brotaba, aún lejos de su cuerpo y, más aún, de su sangre como el batir un siniestro y tan cálido el desastre de ir y venir con esa plétora abundante. Que sólo se alteró cuando de allí salía una sangre tan real, si fue como llenar el mismo cielo y las nubes de color blanco, cuando en el alma se alteró de un inesperado tormento, como lo fue herir a su propia mano derecha y con una lanza que todavía es tan filosa como es la daga de dos filos.
Cuando su alumno preferido, tomó las mismas riendas que él, fue su discípulo más excelente y fue como el mismo principio con un triste final y todo porque yá sabía lo sucedido, pues, era, fue y será su maestro, su erudito y, más aún, la misma fuerza y fortaleza de ver en camisas de color blanco aquella misma sangre en plétora abundante. Y fue y no salió airoso con la misma fuerza y fortaleza que él, el Virgilio, el manco de Virgilio. Él, sí que murió, pues, nadie pudo ser tan doblemente fuerte como aquel soldado llamado Virgilio. Cuando en el aire se electrizó más la forma de ver y de sentir en el alma una fuerte sensación por haber tenido en manos una espada y tan filosa como lo es la espada de un marins. Y era dos las que se habían elaborado con total empuñadura, con la cual, se enfrío el desastre de ver la muerte en camisas de color blanco junto al color de la misma sangre. Cuando se entregó una sensación tan pura como condescendiente, como lo fue haber amado a su labor con total honestidad, y honrada labor como lo fue haber entregado en el camino su virtud, respeto y, más aún, su honor. Cuando en la mañana del ‘64, después de casi de treinta años que él, el Virgilio, salvó a aquella familia de las rasgas del dolor y, más aún, del fuego devorador que les atrapó en su hogar, la ganó honradamente el alumno preferido en un caso similar. Pues, él, el Virgilio, sólo soslayó, en penas de amarga desolación y triste amargura. Que sólo quiso ser como el único héroe, de la salvación y de la buena vida y sin muerte alguna, él, el Virgilio, el hizo hacer valer su honesta reputación, cuando en el atardecer después de tanto tiempo volvió al atrio y cuando quiso limpiar a su espada de polvo y de toda suciedad, un rayo de luz al filo de la espada le cegó los ojos hiriendo a pulso, a gota a gota a su mano derecha, como si hubiera sido un terrible ultraje, en ver que el cielo se hacía tan pequeño como haber perdido a su miembro, de su brazo derecho y a su mano derecha. Cuando comenzó el fiel acto de entregar la espada a su alumno más sobresaliente se edificó la manera más de tomar una espada en sus propias manos, pues, mientras la recibe, él, el Virgilio, el manco de Virgilio, recordó cómo a él también un día se la entregaron a él, en sus propias manos. Cuando en el alma se debatió una espera, una sensación, y una sensible sensibilidad de creer en el militarismo. Se enfrío el ademán frío, por obtener la segunda espada que él, el Virgilio, había confeccionado y, más aún, había elaborado como militar de la milicia siendo un marins. Y él, el nuevo marins, la recibió, sí, a la espada de un marins. Cuando en el alma, se obtiene una forma de luz, como aquella que vió el sol como la luz al filo de la espada. Cuando en el alma se debió de amarrar, la vida y la muerte a consecuencias de la vil muerte. Cuando en el alma, se enaltece como ver en el viento una hoja volar. Y casi tan imperceptible el momento, en que sólo se siente el dolor como si fuera un boleto sin regreso. Y fue el tiempo en que caducó más la ira. Pues, a ése alumno le pasó lo mismo que a él, al Virgilio, el manco de Virgilio, esos años después de su honrada labor también. Y vá el alumno, en un atrio de su casa, y vé la espada, la toma en sus manos y la mano izquierda no sostiene a la espada y el sol, el mismo sol, y ésa, la luz al filo de la espada, se veía venir, desde el tiempo y la osada penitencia en manos del salvador, pero, y Cristo, dónde estaba ésta vez, si se veía venir en camisas de color blanco, el color de la misma sangre. Y era él, el Virgilio que aparece caer encima de el, el alumno, cuando en el tiempo se electrizó el combate de ir y venir en guerras de la nunca salvación. Cuando en el momento se enaltece como ademán tan frío como el mismo coraje en ver el silencio de la más vil muerte. Y fue su mano derecha la que dejó un ademán tan frío, como poder ver el cielo en sangre color. Y a aquellas estrellas en que nunca se vió el temor, sino el terror o el horror de ver caer a su mano derecha como preámbulo de un instante en que sólo soslayó el amargo momento en perder a su mano derecha. Y fue como el pasaje de ir y venir, en guerras sin salvación. Y fue el destructivo momento en que sólo el tiempo perpetró, cicatrizar el vil momento. Y fue el soldado en que vivió el más terrible desenlace, cuando en el atrio de su hogar perdió a su mano derecha y, más aún, a su vida. Y la vida fue y será como la espada, como aquella luz del tornasol, que el sol solamente, se vió la luz al filo de la espada, como haber entregado la manera más vil de vencer a la muerte, él, el Virgilio el manco de Virgilio. Pero, con un final sin precedente, cuando el alumno más fiel de él, de Virgilio, perdió a su mano derecha y, más aún, a la propia vida sin poder más salvar. Y era él manco de Virgilio, y se dijo una vez más en el atrio cuando volvió a limpiar a su espada, y que vió nuevamente a ése ocaso en la tarde con el sol a cuestas y con la luz al filo de la espada…
FIN