Una pestaña
y toda la esperanza en un soplo.
El premio,
como la vida,
tiene sus reglas:
Un solo deseo por pestaña,
una desprendida,
(jamás arrancada)
una propia,
y la fortuita suerte de encontrarla.
Y el gesto es tan nimio,
tan escaso y rápido,
tan sin plazo de entrega
que nunca recordarás
que una pestaña cumplió,
o no,
tu deseo.
No habrá culpa ni castigo para ella
si no cumple,
no habrá homenaje si lo logra.
Porque una pestaña no tiene nombre
ni responsabilidad
ni gloria,
solo un soplo de esperanza.