Exasperado por documentos y enjambres,
por pálidas azucenas crecidas en los cementerios,
por libros de caudales bien acometidos y empacados,
por sucintos alambres que completan la división
de la tierra; escribo, sobre un trozo de pergamino viejo,
leña y leche, son mis corderos, mis tristes y atribulados
marineros de simiente pectoral. Es que la vida
me decepciona, y no por ella. Es que la muerte
me aburre, y oxigena. Desesperado titubeo por las avenidas,
aún, con síndrome de un delirante profanador de tumbas,
vigorizando mi enésimo placebo sustituto.
Y es que entro en los cristales, y en los efímeros institutos,
con vocación de semilla perdida, destrozada, huida; y es que
me permito entrar en las capillas, como en esos sitios donde
crecen las escarchas de las oficinas, sus musgos laterales y metálicos.
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