Se escucha en las mesetas de la angustiada sierra,
el grito silencioso de nuestra madre tierra.
La pena la sacude por actos de maldad,
que manos asesinas, cometen sin piedad.
Se mira el horizonte con pálido celaje,
y tristes mariposas contemplan el paraje.
El grande y milenario laurel de la pradera,
le azota sin clemencia, sequía muy severa.
Fenecen lentamente los ramos de jacintos,
y pierden sus follajes los regios teberintos.
Sus trinos han callado canarios y zorzales,
mirando como mueren, del río sus caudales.
El ánfora sagrada que vida nos propicia,
de forma despiadada la rompe la codicia.
Es ella la que tiene poder de la hermosura,
el don de dar la vida, con gracia que fulgura.
Nos debe dar coraje el nardo melancólico,
que sufre la agonía de un acto tan diabólico.
Mejores son las fieras que seres sin conciencia,
que quieren a Natura, quitar su incandescencia.
Por eso nuestras voces debemos levantarlas,
en forma de clarines, que puedan escucharlas.
Protestas incesantes se escuchen por doquiera,
de quienes no queremos que Pacha Mama muera.
Con ímpetu guerrero pongamos nuestros dones,
en pro de que terminen nefastas ambiciones.
¡Y pronto cantaremos los himnos de victoria,
de ver la tierra libre, de tan podrida escoria.
Autor: Aníbal Rodríguez.