Desde pequeña fui muy inquieta y preguntona, nunca fui de las niñas que me llamara la atención la televisión pues, siempre, me ha parecido una pérdida de tiempo existiendo los libros; sobre todo, los de Julio Verne, quien fue mi máximo autor a muy temprana edad, ya que, no sé si porque mi madre se las veía duras conmigo precisamente por inquieta o por qué motivos, pero se las arregló para enseñarme a leer y a escribir lo más pronto posible y, de esa manera habiendo aprendido ya, me inscribió en la primaria a los cinco años apenas cumplidos.
Pero así como era de preguntona y latosa, asimismo era detallista con mis más cercanas amigas y también algunos amigos quienes, sin ver mi sana intención por decirles “Te quiero”, “Buen día”, “Pienso en ti”, ”No me olvides” y demás cosas bonitas, a veces me jalaban las trenzas que mi madre me hacía las cuales yo odiaba, porque eran blanco fácil de cualquier agresión, como sucedía cuando les regresaba sus libros con esas bellas y sentidas frases escritas en sus páginas, de mi propio puño y letra.
Y, en ese mismo sentido, aunque siempre he querido y respetado a mi madre incluso como ahora cada vez más, al parecer, igual siempre he deseado llevarle la contraria desde mis primeros años de escuela con esta cuestión, cuando me decía:
-¡Eso que haces es una muy mala costumbre!… ¡los libros no se rayan!…-, pues aún en la actualidad, lo sigo haciendo de manera a veces compulsiva; de hecho en la secundaria ya nadie me prestaba sus libros pues, al convertirme en esa época de manera natural en una jovencita romántica y soñadora, ya no eran breves frases lo que escribía en las páginas de sus libros, sino los primeros versos e inspirados poemas.
Ya en la universidad, mis Tratados de Derecho Romano más que libros de leyes, llegaban a parecer más bien poemarios, de los cuales posiblemente, exista todavía por ahí rodando algún ejemplar fácilmente reconocible si no en Reynosa, sí por alguna ciudad fronteriza al menos pues, además, fue cuando conocí a hombres de la talla de Julio Cortázar, Miguel Hernández y Gustavo Adolfo Bécquer, tres enormes escritores y poetas que me hicieron reaccionar ya que, aunque me gustaba la carrera y llevaba excelentes promedios, abandoné la facultad y con ello los planes para ejercer la abogacía pensando en dedicarme de lleno a las letras, y a la poesía en particular; cosa que me hace sentirme la mujer más feliz del planeta pues, además, mis más sentidos poemas románticos y de amor, los escribo siempre pensando en el hombre que amo profunda y totalmente.
Finalmente y como todos sabemos, trátese de lo que se trate, nunca dejamos de aprender y, luego de mil páginas de ensayo y error, ahora he podido desarrollar casi de todo tipo de escritura, como son algunos cuentos infantiles, relatos de terror o ciencia ficción, así como diversas narrativas en prosa.
Ma. Gloria Carreón Zapata.
Imagen Ma. Gloria Carreón Zapata.