Nik Corvus Corone Cornix

Refucilo

El gigante comienza a mostrar la cabeza
en un horizonte plagado de brumas,
el destello es de un rojo incesante
cubierto de un cielo plomizo, cuyas huestes,
en fila y ardiendo, comienzan a corromper.

Cada nube maciza y eléctrica
surge de entre las masas, una por turno,
se envuelven en un juego de mostrar
quién asusta mas a los presentes
con sus gritos de ultratumba.

Miles de gotitas emblemáticas
acompañan la jugada, dispares,
cumpliendo la orden
del gran rayo estremecedor.

La penumbra cambia a un tono amarillento
que llena los acres y llanuras,
mientras los animalitos cuentan segundos
y se disponen a sus mazmorras,
cuidando que cada hijito duerma bien.

La humedad penetra el aire,
volviéndolo caliente,
mientras cierta estática comienza a subir
de entre la tierra, llenando las narices
de un olor suculento y fértil.
Es el aroma de la lluvia venidera.

El enojo de Dios estrepitoso no para,
con cada ronquido, cada vez más,
como cuenta regresiva va obligando
a encasillarse en casa.

La camara de fotos, inmensa como el paraiso,
con su flash va robando almas,
pero a no asustarse, son solo
refucilos.

Los campos imploran ya el diluvio.
Las calles comentan
cuanto caudal caerá esta vez.

Mientras yo, encorvado, bajo techo,
ahogado en música y embebido en letras,
sin sueño y en disyuntiva,
me pregunto con el corazón
cuando podré compartir con otra alma
esta penetrante sustancia,
este deseo de vidas milagrosas,
este ausente amor.