Llegada desde Siberia,
la embajadora de inviernos
ya está rondando la plaza
del aletargado pueblo.
A hurtadillas aterriza
en la umbría de los besos
para marcar con su cola
la línea de los témpanos
entre labios agrietados.
Cada noviembre la espero
asomado a la ventana
por verla caer cual verso
escrito en un sutil copo
premonitorio del grueso
de la escarcha venidera.
Con delicado gracejo,
anunciando la inclemencia,
va saltando por el hielo
para buscar a los bichos
que tiritan bajo cero
expectativas de verse
al calor de nuevos pétalos.