Aquel inmenso afán de poseerte
como niebla se vino diluyendo,
pues delirio se fue desvaneciendo
al sentir que jamás podré tenerte.
Nunca pude del todo convencerte
que mi pecho por ti se hallaba hirviendo;
que vivía tan solo padeciendo
por querer, con mi amor, poder prenderte.
Y se fueron mis sueños al ocaso
donde mueren tan tristes las pasiones,
donde llega imponente el gran fracaso
a cubrirnos de negras decepciones
y se vuelve ilusión veloz pegaso
que se lleva en sus alas corazones.
Autor: Aníbal Rodríguez.