Tendido sobre las suaves arenas de oro
una plácida noche del tórrido verano,
introduje en las salobres aguas mi mano
creyendo hallar bajo ellas mi divino tesoro.
Una glauca ola se acercó hasta mí con decoro
y con tierno murmullo me dijo quedo y piano:
«no hallarás lo que buscas, pierdes el tiempo en vano»,
y se fue dejándome sin lo que más adoro.
¿Hasta cuándo estarás ausente, mi bien amada,
y me dejarás ver de nuevo tus verdes ojos?
Sabes que me postraría ante ti de hinojos
el resto de mi vida y toda la eternidad,
si así lograra contemplar esa tu beldad
que tan cruel y ferozmente me fue arrebatada.
Suspiros y sueños de amor