- Sabía que esto terminaría mal
- ¿Terminaría mal? Es sólo un anillo
- De compromiso
- Exacto. Rebeca ¿no has pensando en casarte?
- Un tiempo lo hice, creéme a casi todas nos llega esa ilusión, pero mírame tengo 32 años...
- Por eso mismo, además son 4 años que llevamos juntos
- Corrección, tres años y medio. ¿Acaso ya te olvidaste de aquella vez que no nos soportamos y no hubo mejor remedio que dejarnos?
- Eso fue hace dos años, ahora somos distintos.
- Distintos, no lo dudo. Fíjate en estos tres años y medio, que no es ni siquiera la cuarta parte de lo que hemos vivido, nos conocémos apenas, creémos que nos conocemos lo suficiente como para saber que paso vamos a dar más adelante. Parece mentira.
- ¿Qué te parece mentira? ¿qué sigamos conviviendo?
- De alguna manera, todavía despierto, ya no tan a menudo, con la idea de no encontrarte más.
- Por eso mismo para que estés segura, recibe este anillo y casémonos.
- Eso no significa nada, no quiere decir que me amarás más por recibir este anillo o ¿sí? Además el amor no se valoriza en quilates.
- He pensado en hacer más sólida esta relación.
- Has escuchado decir: lo que dios une, dios o la muerte lo separa, pues es otro motivo por el cual creo menos en dios, en muchos casos se interpone la vida. La muerte es precisa, no duda, en cambio, la vida es voluble.
- Temes a que la vida nos separe.
- Sí. Ya lo hizo una vez. Esta relación de convivientes ya tiene parches. No quiero luego ensuciar mi estado civil de soltera a casada, de casada a divorciada.
- ¿Lo dices en broma?
- Un tanto, para que no suene tan duro.
- ...No sé que creer
- Quizá ahora debes estar pensando que no te amo o peor aún que no quiero pasar más tiempo contigo, pero te equivocas.
- Por un momento se me pasó esa idea por la cabeza.
- Gustavo, en aquel lapso que nos dejamos, pasó un mes y te metiste con una chica, y cómo tu sabes, empecé a salir con Fausto pero jamás lo hice por despecho, nos dimos cuenta que no funcionaba y retomamos.
- No sé que motivos te doy para que pienses que volveremos a cansarnos de nosotros mismos. Hemos aprendido a ser pacientes. Por lo visto no lo olvidas. ¿Desconfianza?
- No quiero decir que lo recuerdo siempre, si acabo de mencionarlo es a causa de ese anillo. Tampoco das motivo alguno, el motivo soy yo.
- Creí que te iba a gustar la idea.
- Desde que estamos juntos jamás hemos tocado el tema de hijos ¿no te has puesto a pensar? Con esto no quiero decir que quiero tener alguno. No hemos pensado en ello quizá por dos grandes razones. No queremos asumir grandes responsabilidades o es que no está en nuestro planes, entonces para qué casarnos, y fíjate, cuando nos conocimos, antes de ser novios, me hablabas de una vida con hijos. De manera inconsciente sabemos que no llegaremos muy lejos. Ahora entiendes porque digo que nos conocemos apenas
- ¿Qué vendría ser “apenas”?
- Conoces como me llamo.
- No seas tonta.
- Bromeaba. Físicamente me conoces. Sabes mis cicatrices, por ejemplo, como me hice está que tengo en la pantorrilla izquierda, sabes mis lunares y yo sé cual te gusta más, sabes donde soy más sensible y que parte de mi cuerpo no me gusta y a ti sí. Físicamente me conoces, pero no es suficiente. Sabemos muchas de nuestras historias pasadas, pero lo que nos hace un par de desconocidos, es el mañana. No tenemos noción de lo que va a suceder; verbigracia, no esperabas mi respuesta. Que reacciones tomaríamos respecto a nuestras decisiones y actitudes, no lo sabemos.
- Creo entenderte.
- No acepto el anillo porque seas tú, lo rechazo por ser yo. Si terminámos sin habernos casado, nos ahorramos abogados, nos libramos de prejuicios, evitamos perjucios de todo tipo. Podemos despertarnos e irnos sin el temor de estar amarrados civilmente.
- Quisiera comprender bien tu pesimismo.
- Recuerda, cariño, nada dura para siempre, mucho menos en estos tiempos.
- Pero puede durar más de lo pensado
- Claro.
- ¡Menuda conversación!
- ¡Mira qué hora es!
- ¡Qué bárbaro! No advertimos la hora.
- Es hora de irme al trabajo y no tengo tiempo.
- Vete corriendo.
- Hasta luego, amor. Nos vemos.
Rebeca cogió sus cosas y se fue con prisa casi volando. La fuerza con que cerró la puerta del apartamente parecía de furia. El ruido del portazo dejó en los oídos de Gustavo, un zumbido de confusión y duda. Él siguió sentado, apoyó los brazos sobre la mesa y su mentón sobre ellos; allí solo, miró las dos tazas de café sin terminar, dio un suspiro y cerró los ojos.
Antes que nos alcance la sal del recuerdo
seamos islas
en este minuto.
Rompamos
la lluvia del ayer
la perenne soledad de estar juntos
la duda de no sabernos más.
Antes que esta palabra devenga lágrima
seamos el aire
que en los muros rebotan.
Recojamos
las miradas que no supimos darnos
las uñas gastadas en silencio
los astros del cielo.