La montaña ruge antes de escupir,
acobarda ver al gigante,
encoge el alma, aterroriza.
Frente a él, un hermoso árbol;
-debió de ser- se deja entrever.
Hoy su tronco esquelético, negro,
aún esta fuerte,
sus enormes ramas parecen
abrazar el infinito.
De pronto… todo baila, se mueve
un gran estruendo, se deja oír,
ruge de nuevo el gigante,
la noche se estremece,
las ramas en movimiento
buscan protección.
Parecen sombras, fantasmas…
Una lengua de fuego
sale por la boca del gigante;
parecía adormecido,
ahora, arrastra, arrasa todo a su paso,
pero… deja el árbol,
el viejo árbol se queda tranquilo.
El fuego pasa por su lado
sereno, tiene tiempo,
las ramas miran al cielo y…
el cielo se ha vuelto rojo
¿de ira? ¿de dolor al ver tanto?
¡Otro rugido más fuerte,
el fuego, más alto!
las nubes corren sin detenerse,
¡corren de espanto!,
parece que quiere cogerlas,
no, no puede…
es como los hombres que anhelan
codicia, tesoros y muchas monedas.