Es fantasma generoso, de encadenadas
arterias, quien acompaña desde siempre a todo
amanecer con la terca resonancia de sus
hierros.
Pasea entre las comisuras de la luz
que el sol creciente arroja poco a poco y
con más y más fuerza, hasta desembocar
en esos gemidos de tan salvaje
hermosura y alborotada pureza.
La suma de los cuerpos jamás
ha sido capaz de describir ese placer
que brota de la incandescencia
de su misterio y su naufragio