El espectáculo debe continuar...
Esta tarde, rayando el véspero, se espera la puesta en escena de Antígona.
El director esta de un lado para el otro como pollo sin cabeza, propinando
órdenes a diestro y siniestro sin que ni diestro ni siniestro prestaran oídos
a sus lamentaciones.
Los actores perfilan los últimos retoques a sus intervenciones, seguros
de que el éxito vendría a visitarlos al patio de butacas, que ya empezaba
a recibir los primeros aplaudidores, confiados en ser testigos de un excelso
espectáculo.
Antígona, encarnada por Sofía, desplegará su rebeldía con todo el descaro
del que su actriz suele hacer gala; eso era al menos lo que el empresario
del Teatro ansiaba, porque la caja corría unas vacas flacas con visos
de pronta extremaunción.
Se acerca vertiginosa la hora de la función, y parece que el público brilla
por su ausencia, solo pueden espigarse unas cabecitas al fondo del patio.
Sebastián, el susodicho empresario, siente que su camisa no le llega al
cuello, sus deudas pretenderán notificaciones de bancarrota si se despista
un pelo.
Quedan cinco minutos y la bancada que se vislumbra desde el palco
preferente del empresario parece casi un completo erial.
Baja con inusitada celeridad, dada su condición física, a hablar con el
responsable de la campaña publicitaria, para que le dé cuentas de su
gestión.
No entiendo esta flaca asistencia, le dice voz en grito blandiendo unos papeles
de no dudar su importancia, a lo que su lívido interlocutor da la callada por
respuesta.
Al fin y a la postre la función tuvo lugar, eso sí en familia, con un rotundo
éxito y con un \"público\" entregado a las excelencias del memorable
elenco que se desplegó sobre las tablas.
El empresario tuvo que ser hospitalizado por una crisis respiratoria, que estuvo
a pique de devenir en infarto.