Hoy saboreo su nombre,
su raza inmortal,
su urdimbre,
la fuerza indomable
de su confianza,
que proviene
del cristal limpio
donde amanecen
sus ojos,
donde su voz
se llena de aires
y de menta.
Hoy espero su sencillez,
su callada manera
de permanecer
ágil y feliz dentro
de la lluvia,
la serenidad
sin tropiezos
de sus caricias,
su voz precisa
que cruza el aire
sin despeinarlo,
las palabras
que moldean su lengua
y ondulan sus labios.
Hoy ansío su cuerpo,
sus flores,
su hojarasca,
su sombra ecuánime,
su suavidad,
su vientre,
su llegada,
su esconderse
a mi lado
calladadamente tibia,
en esa tregua dulce
donde vamos
degustando la alegría.
Eduardo A. Bello Martínez
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