Rebuscas entre los filtros una sonrisa perfectamente entablillada para castigar tu propia presencia; algún resquicio de promesa entre los recuerdos amputados que te permita reimplantar, en rápidas puntadas, una manera de sentir. Esa anorexia del ánimo, que te espolea en rutinas agotadoras y a vomitonas de diversiones sin digerir, se oculta detrás de unas refrenadas lágrimas resistentes. Desde esa empapada sombra en extirpados llantos secos, emites desesperanzadas ilusiones y quejidos silenciosos en los que intento leer el relato del lamento que te reservas.
Y no sé qué hacer.