Te vi llorar,
tras la lápida fría,
estabas sola.
Y te miré,
durante mucho tiempo
sin inmutarte.
Quise sentarme,
mirar como te erguías
buscando el cielo.
Luego pensé
en contarte mil cosas,
pero no pude.
Quedé en silencio.
Miré a la lejanía
y allí te vi.
Volabas sola.
Lo hacías por la ría
hacia la playa.
Atrás dejaste
la lápida incompleta
sin nadie al lado.
Quedó el silencio,
la fiebre de tus manos
y algún suspiro.
Y yo quedé.
envuelto en el rocío
de los recuerdos.
Rafael Sánchez Ortega ©
30/10/19