Andela

Se muere con el amor

Cierto es, que el corazón tentado a sentir puede dejarse en manos de cualquiera.  Y así ser pisoteado de forma consciente, hasta quedar reducido a una mera superficie de desengaño y miseria.

 

  Cierto es que ni la daga más afilada puede desangrar al amor más fuerte, pero sí a la vida más arraigada.

 

 No se muere de amor, se muere con el amor.

 

 El corazón decide querer, no que le quieran. Y cuando la decisión se queda sola a merced de uno, y no encuentra puerto ni faro alguno. Cuando la tempestad es enfrentada sin compañía ni beneficio, el corazón se resiente.

 

  El problema está en el límite del sufrimiento del corazón. Hay tantos corazones como individuos que pueblan esta totalidad a la que pertenecemos.

 

  Hay tantos individuos que pueblan esta totalidad a la que pertenecemos, como modos de sufrir por parte de cada uno de los corazones que les dan cuerda, que les dan aliento, que les ceden prestada la vida.

 

 La vida no le pertenece al corazón, pero juega con ella como quiere. La moldea a su merced, a veces incluso se ríe de ella. De forma consciente, de la peor forma consciente, porque la vida necesita algo sobre lo que erigirse y lo encuentra en el amor. Pero no puede permitirse que algo le sobrepase, así que lo usa de soporte, mientras se reconcome pensando que no basta en sí misma. Es la vida quien permite que con un golpe de gracia se acierte hacia la muerte.

 

 Porque no se muere de amor, se muere con el amor, para que así se queden tranquilas tanto la vida como la muerte, la primera por soberbia y la segunda por necesidad.

 

  Porque la muerte prefiere que lleguemos habiendo sentido, ya que, así lo que se cuenta en el Hades es mucho más interesante.