De vez en cuando solemos vivir
eventos infrahumanos,
que nos hunden en el tremedal
de un mundo infeliz.
Al parecer nos morimos,
cuando en verdad lo que sufrimos
nos da la fuerza del remolino
hasta que resurgimos.
Fallar no significa el final;
es el alba de un nuevo despertar,
que nos guía hasta triunfar
en los hitos de un nuevo comenzar.
Pecar no es ostracismo social,
es la oportunidad de rectificar,
de surfear en las olas de la mar
y nadar tras todos perdonar.
Callar no es el silencio nocturnal,
es el día que quiere hablar,
exponiendo la palabra
de lo que queremos plasmar.
Y renunciar no es claudicar,
es la victoria de una visión
que contrasta con la realidad,
que enajena la verdad.
Es una oportunidad renacentista,
sin retrovisor y con porvenir,
que en medio de la noche
alumbra la senda que ha de venir.