A la mierda todo. O casi. La vida no es maravillosa, ni una puta mierda; simplemente es ese tramo de la existencia entre el principio y el final (las puntas, que decía Manolito), pero no de la vida. La vida tiene su propio recorrido. La mía, la de cada uno, tiene sus propias circunstancias. Nadie nos va a resguardar de ella. Acabamos siguiendo a guías espirituales de la felicidad consumible, de pose en portada, a seis céntimos y medio la página; líderes de la casquería astrológica condimentada con sal de lágrimas ajenas, aderezada para el mercado; profesionales del peinado de cerebros, camellos de caramelos de colores; vendedores de autos, del “todo está en ti” a mi precio y el “sé tú” como yo te digo. Alguien dijo una vez (no pienso buscar al autor y espero que me perdone) que solo podemos sentarnos con nuestro propio culo; añado (esto por mi cuenta) que solo lo expresamos con esas mismas palabras, demasiado polisémicas, en base a nuestra interpretación (cada uno la suya).
A la mierda todo. O casi. Ni mi vida es gris, ni veo oasis, ni me asombro con jardines aromáticos. Entre todos los colores en los que vivo, el gris es el menos frecuente y llega cuando alguien (quiero interpretar que de forma bienintencionada) da un brochazo de ese color al arcoíris en el que veo y se muestran mis caminos, enlodados en muchas ocasiones (no hace falta negar este extremo). Tampoco me alojo en un desierto (con espejismos de oasis u oasis disfrutados) en medio de la jungla en que habito, junto (entre muchos otros) a antiguos peregrinos en arenas que han quedado retenidas en sus crónicas de pasado, proyectándolas ahora como historia de mi futuro. Es en esta jungla donde brotan jardines fantásticamente aromáticos, pero no todos: al margen de mi rusticidad sé identificar los que me asombran, al igual que mis dedos reconocen la suavidad (o no) del pelaje de un gato. . Proyectamos sobre los demás nuestra propia existencia; disfrazados (también yo, por supuesto) de conocedores de la “auténtica verdad”, de generosos samaritanos y de “experimentados” antiguos sufridores.
A la mierda todo. O casi. Y sí, lo escribiré y lo haré en este mundo, que cielo no existe; tal vez no versos ordenados, medidos y calibrados para ensalzar inspiraciones de musas y musgos; solo será un ejercicio que perdurará a mi lado, no a mí, así como lo harán la humedad, la fragancia y la tersura. No encajan mis palabras en estantes repletos y disciplinadamente ordenados, en laboriosas jornadas de sistemático intento de eliminación de sombras, de sustitución de rutinaria jornada de trabajo por cotidiana rutina incendiaria; no entran mis palabras en baldas uniformes, con etiquetados formalmente mudados, de mayor a menor o de menor a mayor, en un reflejado orden del orden, cargándose de polvo (tras polvo) que desluzca el brillo de los lomos. Se romperán las páginas; los términos caerán fracturados junto a verbos desconjugados y dislocadas consonantes, en un vacío que no será el mío, arrojando aromas que mantendré frescos entre los rancios y enranciados. Las sensaciones y sentimientos retenidos en vivencias pueden crear relatos vívidos de mil tonalidades; la vivencia sola, relato monocorde que llega, con suerte, a la (auto)crítica. Se echa de menos la luz de las sensaciones, se estantifican los relatos leídos.
A la mierda todo. O casi. Una vez pasado el esquemático e instructivo “mi mamá me mima”, caemos de cabeza en el arduo trenzado de palabras que emitan un mensaje, al tiempo que enmascaramos nuestros temores; no queremos herir mientras nuestro propio cuchillo nos lacera, afilado en la piedra del conocimiento de sus consecuencias; saltamos de un trozo de vida a otro, en medio de una enfangada charca de pestilentes buenas palabras formales; cerramos los ojos (creamos oscuridad) y abrimos la boca (prendemos el faro) para atraer un abrazo accidental que nos mantenga en equilibrio; nos ponemos de puntillas sobre el raíl de lo correcto para intentar ver lo rápido que se acerca el tope de esta vía muerta de desiguales carriles paralelos, esperando, mientras las traviesas se cuentan sin nuestra cuenta, ser arrollados por un cuerpo y doblegados, una vez más, por la miopía del corazón; si no podemos amar no somos nada en una ruta repleta de espesas malas hierbas, si amamos nos podemos quedar en nada desbrozando los límites del miedo.
A la mierda con todo. O casi. No comienzo una nueva etapa, ni una nueva moral; podré armarme de una impresa sonrisa con el estampado de tu última crítica, sobre la sonrisa resistente de mi comprensión. Callaré y callaré, siempre que el inconsciente e ingenuo ímpetu no me lo impida; disfrutaré desde mi propia jungla, de los repasos que des a mi inexistente desierto, de los brochazos grises dados al aire y de los gatos que se dignen ronronear ante mi puerta. Pero…
a la mierda todo.
O casi.