Una rosa primorosa hallé en mi camino
como blanco lirio que se yergue en la alborada,
de níveo tul vestida y de carmesí pintada
como sutil aroma se cruzó en mi destino.
Blancos eran sus pétalos, su vestido albino;
era más bella que el albor de la madrugada,
era como destellos de concha anacarada
que se semejaba a un espíritu divino.
De sus hechizos quedé fuertemente prendado;
su verde mirada me cegó con su fulgor,
y mi corazón herido por dardo de amor.
Su seráfica imagen me dejó anonadado;
su recuerdo me evoca una dulce añoranza
y de poseerla algún día no pierdo la esperanza.
Suspiros y sueños de amor