Me sentía afortunada ser la sobrina del único elaborador de dulces de Villa de Fuente, y no era para menos, cada recreo me ponía en alerta para abordarlo antes de que entregara los caramelos en la cooperativa de mi escuela Centenario, en la que cursé hasta quinto grado de educación primaria antes de irnos a radicar a Piedras Negras, en el Estado de Coahuila.
Mi tío me entregaba tres bolsas de caramelos, una de charamuscas otra de paragüitas y la última de pirulines o viceversa, los que repartía en el recreo a mi tropa de primos quienes me perseguían hasta que les fuera entregada la porción, dos o tres según fuera mi buen o mal humor.
Mi tío Antonio primo hermano de mi padre era un hombre de complexión delgada y de andar apresurado, siempre se le miraba contento. Él distribuía sus dulces en las cooperativas de las escuelas.
Me gustaba ver cuando agregaba el azúcar y los colorantes artificiales al cazo el cual ponía al fuego y no dejaba de mover con un utensilio grande de madera moldeado por él mismo, movía y revolvía apresuradamente hasta alcanzar el punto de hebra dura para luego dejar enfriar e ir vaciando en moldes de papel acerado, según fuera el diseño del dulce. Aunque recuerdo que la charamusca se elaboraba de diferente forma,
¡cuánto gozaba el paladar del delicioso sabor de azúcar quemado y anís de las mismas!
Entre primos y hermanos transcurrió la etapa más feliz de mi vida, mi inolvidable infancia. Aún recuerdo los nombres de algunos de mis compañeros de la escuela primaria, no recuerdo haber convivido con amigos, sólo mi entrañable y única amiga Silvia, la güera Elizalde como le decíamos de cariño, de quien nunca más volví a tener noticias, pero la llevo por siempre en mi corazón y mi pensamiento. Era tan numerosa mi familia que con mis primos me bastaba para corretear por todas esas calles de mi amada Villa de Fuente.
Lo asemejaba a un paraíso por sus frondosos árboles de nogal, y esos dulces de leche con nuez que mi madre nos preparaba con su deliciosa cosecha.
Recuerdo también la frondosa higuera de fruto color azulado y negro de suave y muy dulce sabor que se encontraba en el patio de la casa, y para llegar hasta ella tenía que atravesar una angosta acequia que cruzaba por en medio del terreno, en tanto tenía que atravesar un pequeño puente para llegar a la gigantesca higuera con riesgo de caerme y que me arrastrara la fuerza de la corriente, y yo trepaba las gruesas ramas con canasta en mano hasta alcanzar los deliciosos higos, aparte de llenarla después de selectas granadas sembradas a un lado de la poza.
Cuidando de no ser vista por mi madre quién me tenía estrictamente prohibido subir, porque también me gustaba trepar a las ramas de los gigantescos nogales, colgarme, y ya arriba sujetada de los brazos estiraba mis piernas balanceándome para luego pasar mi cuerpo por entre las mismas y la rama, hasta dar de bruces y caer parada. Cuanto placer me causaba subir me a los troncos de los árboles y mecer me de sus ramas, no me importaba la reprimenda que mi madre me daba, valía la pena.
Me gustaba aquella casa donde pasé mi infancia, estaba rodeada de callecillas de Tierra, con gigantescos árboles de nogal y en medio la gran noria cubierta con madera que escalábamos para asomarnos y lanzar piedras pequeñas al interior.
Cuanta emoción nos causaba escuchar cómo iban haciendo ruido al chocar con la pared hasta escucharse a lo lejos caer a lo profundo de la poza y por entre las ranuras, mis primos y yo nos asomábamos sin lograr ver más qué una abisal oscuridad. Luego nos sentábamos a un lado de la noria a fantasear contando historias de terror donde los duendes y las hadas eran los principales protagonistas de nuestras espontaneas narraciones, tanta simpleza nos hacía sentir los niños más felices del universo.
En esa calle mina quedo arrinconada mi inocencia, y aún me parece escuchar el sonoro ruido del río escondido arrastrando las piedras corriente abajo, como un vibrante canto de libertad.
Soberanía que disfrutamos los niños de antaño entre juegos y sueños que lamentablemente ha sido coartada a los chicos de hoy en día debido a la violencia que impera en mi pobre País.
Albores que entre silencios añoran y guindan en medio de nostalgias, suspiros y sueños de lo que fue un día mi infancia feliz.
Autora: Ma. Gloria Carreón Zapata.
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