Has rotos los cauces
de qué te asombras,
rumias tus tristezas
como las sombras que te
quedan. En el nogal,
y en el laurel de invierno,
todavía crecen semillas,
aves de un calor inmenso.
Sobre los aleros, en los latidos,
ningún dios los ha vencido,
mis manos buscan bajo tu ropa.
El pecho suave, la caricia entre
las sábanas y el escondido tumulto
de tu pelo-.
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