En la reminiscencia de un ente sin máscaras se encuentra, como un cuerpo acostado sobre el rígido mármol, la verdadera cara del ser, detrás de la conciencia, envuelto en rosas y espinas, adornado con sonidos sin melodías que golpean el tiempo, haciéndolo suyo, por eternidades que duran momentos, incapaces de desvanecerse, incapaces de simular aunque sea una pizca de arrogancia.
Y flotando en un río, volando entre especies, la única afirmación de un humano capaz de darle fuerza a sus corrientes internas: ¡Estoy vivo!
Esa afirmación estremece la inmovilidad
Y todo parece elevarse entre aquellas oscuras e inmensas profundidades, donde brillan las maravillas del mundo mientras le hacen el amor a la existencia finita, sin ocultarse, ellos mismos son la vida.