Este noble juego que enriquece al mundo
con sus infinitas variantes está sufriendo:
sufre la inclemencia
propia de la indiferencia
de quien no se siente
tocado por su belleza.
Es, en efecto, un hambriento
de dinero y de público,
de publicidad, de prensa.
Y son sus amantes
los más pobres de la tierra.
Oh ajedrez, yo sí he sentido
tu encanto bajo la lluvia
en la soledad de un tablero abandonado.
Y he percibido tu genio y tus sutilezas
reclamándome atención,
y me he donado completo
a tu alma que me buscaba.
Somos y seremos dos pobres honrados
que deambulan por el mundo.
Pobres pero nobles
en un tablero infinito,
en el tablero infinito de la vida misma.