Deborah mira por la ventana.
Le acaricia la cola
perpleja.
Insomne no sabe,
que desde una estrella trae noche
y con las nubes dibuja frazadas
al infinito que acaricia con vientos cálidos.
En su sillón una estaca
que busca enterrar a la inmensidad.
Baja las caderas hasta el piso alfombrado,
se retuerce cual gata y espera la tormenta.
Tiene hambre.
Un ruido suena antes del campanar de media tarde amplificado por la lluvia valdiviana.