Jesus Alejandro Reina

No me queda nada

Esta es la noche perfecta
para escudriñar las verdades,
secar la lágrimas sobre las tinieblas.

Ya no veo flamas en mi interior
de tanto arder en silencio
solo queda el hollín amargo a guerra.

Carbonizado tengo el espíritu
no me queda nada...
se desgastaron los versos,
de tanto furor pueril
quedan las exquisas heridas.
Manchadas de meses,
borroneadas,
remendadas,
esculpidas sobre las siluetas del dolor.

De este lado callaron las voces,
el descanso llego sin invitación
la guerra devoró lo que había.

Y vomité sobre paredes de bronce,
limpié un frac hecho de sangre.
Abrí las ventanas al sufrimiento,
reposé la esperanza sobre un cojín
terciopelo, púrpura que reviste mi féretro.

No me queda nada...
Los caminos al infierno no son ciertos,
son tan vanos como un el amor propio.

El cielo es una verdad inalcanzable,
las estrellas que alguna vez me guiaron
ahora caen como misiles cargados de derrota.

La vida no me deja ir,
me asfixia,
me inunda con su brillo salobre
¿¡Qué quieres de mí!?
¿¡Qué te da el derecho de detenerme!?

Aún corren dentro de mi agonía
los clavos que sobraron de mi cruz
oxidándose hasta la hora del descenso.
Tintinean su fustigar de un lado a otro
sobre la mesa servida de fugaces obscenidades.

Tan cobarde como un suicida,
cobarde como sicatrices de acuarela...

No me queda nada,
solo un final que no llega,
una quimera de sal,
un unicornio perdido,
un cuervo tallado en el dintel de mi puerta,
un espectro que responde al nombre de Jema,
una sonatina azur y una princesa triste,
un Quiroga perdido en Misiones...

No me queda nada,
solo los ojos de un ángel
que me viste el alma.
solo un ángel que me cose abismos
y siembra gerberas blancas.

Un ángel que buscó la receta del agua en vino,
que camina sobre mis océanos de agujas,
sobre mis mares sin respuesta.
Un ángel que sin percatarse
vivirá en esencia sobre mi pecho,
vuelca sinfonías sobre mis obituarios,
escribe imposibles realizables,
felicidades sobre mis manos.