Solo quince minutos, de sol en caída
minutos de testamento invisible
En la pesadilla he justo aquí la salida,
Su muerte reposa en tu duda obstruíble
Y al corazón atormenta con nube de fuego
Al destino ingrato de la ignorancia y el ego.
Quisiera el muerto vivir en solitario eterno,
De la vida entra en la condena del ningún apego
Adentro, Donde los sueños no guían.
Cuando ya se ha olvidado la llama del infierno
Y la crápula realidad en celo alma aferra
Con realidad, ¿Con realidad?
La duda eterna al ser entra, efímero aterro
En segundo duda su espacio en la ajena unidad
Y ofusca en lamentos un colofón destino.
Quería sentir el vitorear de los pájaros de la vida al volar
Y solo ignorancia y aflicción en él han de espetar
¡El incrédulo ha vuelto de nuevo a resollar!
Y los mismo, enseñado el diminuto, echó a odiar
cuando la obviedad nuevamente en él discurre
la marchita unión del alma altera
Y en la ceda sufre la engría sed que otra vez ocurre,
por la falsedad que impera en ser que solitario espera.
Lo han vendido de nuevo al diablo...
Dormitado, ahogado, de él yo en velo hablo,
Y a él yo mismo estoy atado
Pero...
¿Para qué el sueño?
Sin sentido, inmóvil, ingrato, sórdido, apañado,
Al igual que la aliada que siempre le ha acompañado:
La soledad.
Llegó la noche y el ocaso inexistente
Del todo ahora mismo ha de estar abstente,
Como de su tiempo perdido en la pérdida alterada.
Entiende de nuevo que el todo es la nada,
Y así vetusta, cae su alma
Ahora él es la nada.