La casa en que naciste ha desaparecido.
Después de setenta y siete años solo tú la recuerdas.
Todos los que la conocieron
están muertos. Solo tú sigues vivo.
En el patio que ya no existe
y solo vive en tu memoria
los niños juegan bajo la lluvia.
Tu imagen mental los detiene
en el instante antes de que estallen las bombas.
Tu padre está lejos,
movilizado, en un cuartel del sur.
Tu abuelo, apoyándose en su bastón,
pasa por debajo del arco de piedra
que tú te imaginas eterno como tu abuelo.
Hay una calma como antes de la tormenta.
La sirena de un barco llega desde el puerto,
apenas más allá de la casa de enfrente,
desgarrando el silencio.
Tu madre cierra la ventana, se acerca
a la mesa de mármol,
corta una miaja de manteca, la unta
en una rebanada de pan, te convida.
La casa y el patio han desaparecido.
Tu madre tu padre tu abuelo
han desaparecido.
También los niños que jugaban en el patio
han desaparecido.
Y tú te has vuelto viejo.
Nunca jamás volverás a vivir ese día.
Te quedarás
atrás de los vidrios,
como entonces,
cuando eras un niño,
mirando la lluvia.