Walter Trujillo Moreno

EL CLANDESTINO VIVE EN EL MAR DE COLORES

Clandestino hermano de nadie
dueño de nada y sin nada
víctima de las circunstancias
intentaste cambiar el mundo
inocente de la historia

traicionado y engañado

 

El clandestino refugiado se despierta de un largo letargo lleno de confusión, ideas falsas, realidad distorsionada, caminos cerrados y acciones complicadas sin futuro. Se durmió segundos, horas, meses y años. Rodeado del discurso multicultural compensativo, nublado de la igualdad de los pueblos, impulsó leyes para evitar el racismo craso y la discriminación por el color de la piel, el cabello y la actitud, compensar las desigualdades diferenciadas y entrelazadas, se atrevió a disminuir la pobreza a reconocer a los ancianos e incluir a los desvalidos.

Se habló de un mundo para todos, un mundo globalizado en todo sentido, con valores globales y documentos universales. Se idealizó a una Naturaleza con derechos, Naturaleza que hay que dejarla descasar o crecer en paz, se habló de los pueblos hermanos de lengua propia, identidad definida.
 
Aseguro que el mundo lo ha dejado solo, que los progresistas, los humanistas, y hasta los anarquistas, lo querían devolver un espacio de poder y mando. Aunque ellos estaban ocupados en dar nombre a las estrellas y los contrarios ocupados en llevarse todo y cargar la mayor cantidad de cosas posibles, repartirse un país sin el menor esfuerzo, si fuese posible llevarse el  mundo a la casa.

Se despertó de pronto en un horizonte lleno de banderas amarillo, verde y rojo, fogatas gigantes, banderas arco iris, tiradas, rasgadas y ardiendo sobre el pavimento, música de trompetas, quizá una bachata o ballenato apurado y violento, gente bailando frenética y desmedida, el sol brillaba en el Cenit; había calor, las piedras ardían hasta ponerse rojizas, pánico en las miradas y miedo en las sonrisas. Pensó, el fin del mundo, el Agamenón, mi fin y el fin de todo lo creado por mí, con la ayuda de Dios y sus mejores hijos.

La gente se reía burlesca, en alta voz y murmuraba ofensas y vituperios, señalando con el dedo de su nueva religión al hombre que estaba atacado a un árbol de una plaza, al parecer el más grande de la ciudad y sentado sobre una piedra húmeda, osca y marcada por los años y la erosión. Cerro los ojos herméticamente, esperanzado que cuando los habrá, todo desaparecería. Dijo, esto es una alucinación o una percepción distorsionada, no puede ser verdad o me metí por equivocación en la máquina del tiempo o soy víctima de la broma  más pesada de esta nave espacial, llamada tierra.

Intentó incorporarse pero no puedo, estaba inmovilizado, atado con un cordel de pies, cintura, mano y cuello, atado como una bestia salvaje o animal raro e impredecible. Un hombre de baja estatura, brazos anchos, con una gorra en la cabeza, una mezcla entre jugador de béisbol, rapero o vendedor de agua, su cara no era bella y su mirada indefensa y falsa,  sus ojos reflejan ira y se dibuja una cruz y dos zetas en sus pupilas. Su semblante es desviado y gastado por los años, este hombre emana venganza y frustración, se acercó al clandestino, le escupió en la cara y le vociferó, “indio de mierda te dije que te vayas al llano o la montaña”, no me escuchaste, ahora te vas al infierno porque te vas, que te lleve el Diablo sin vergüenza, ladrón, ratero, hijo de satanás y rencarnación del mal, comunista; se agarra el estómago como señal de miedo, impotencia y estrés. Exclama, al fin estas en el lugar donde debías estar, bajo la suela de mis botas enlodadas, sentirás el peso de un Dios verdadero y su profeta de Santa Cruz, sentirás mi ley, nuestra ley, nuestras necesidades y nuestra manera de arreglar el mundo.

Hoy  recibirás el castigo de los siglos, sentirás el lado oscuro de la religión, el lado feo de la justicia. Te vamos a patear, flagelar, maltratar, latigar hasta que brote sangre de tu maldita espalda, del culo y tus cortas piernas.

Creíste cambiar el mundo, mentira. Nosotros decidimos cuando el mundo cambia, el mundo no ha cambiado, somos los mismos que llegaron a este país en el siglo XV, después de la primera y segunda guerra mundial, somos los dueños de las tierras, ríos, montañas, agua y a veces del cielo y del sol.

Clandestino naciste sobre una cama vacía, fría, mugrienta, con alma de esclavo, pensaría que no tienes alma; tu espíritu es pequeño, tu cuerpo es indigno, naciste para obedecer, para trabajar en exceso, para bajar la cabeza, para ser un estorbo en el mundo de brillo, claro y radiante.

Detrás de las alambradas de la plaza se veían un grupo de indígenas tristes e indefensos. El hombre pequeño grito descabelladamente al público, como un poseído y dijo: hemos repartido piedras planas con números, vamos a sortear, igual yo seré el primero y mi mujer la segunda, los elegidos pueden latigar al reo indeseado, al sedicioso, al provocador, al terrorista, al pobre indio, al sucio, al clandestino.

La gente enardecida gritaba maten al indio colla, maten al atrevido, al rebelde, al que creía y oso cambiar el país sin consultarnos, sin pedirnos permiso. Un país donde predominan los blancos: Nadie cambia nada sin nosotros, nosotros somos el cambio, somos la verdad absoluta, somos la inspiración más perfecta de Dios.

Levantaron al reo y le amarraron a un poste de madera, áspero, alto, delgado, desgastado por el clima húmedo, engrasado la noche anterior. “El clandestino” hasta hoy, no podía entender lo que estaba pasando, seguía creyendo estar atrapado en una pesadilla sin fin ni salida. Se decía así mismo, porque tanta maldad, me atrapo un dios desigual, un dios manchado de sangre, un Dios lleno de complejos y diferencia, un Dios con falsos profetas.

Miro a su Dios Inti, que quemaba todo, sin diferencia alguna, la Quilla brillaba al fondo, Venus curioso se encendía esporádicamente, al fondo, el verde de la madre tierra,  más al fondo, fuera del horizonte; estaba la gente que algún día creyó en él, al final lo dejaron solo, como a Túpac Katari. Expresaban temor en su semblante y sus piernas tenían prisa, como diciendo, yo no tengo la culpa, igual no se puede hacer nada.

El clandestino fue azotado repetidas veces, por los favorecidos en el sorteo, por los que se metían a la fuerza, por los que tenía derecho a todo. Sangraba su cuerpo entero, su piel no era más del color de la tierra, sino del color del infierno ardiente, era sangre viva y dolor de los siglos de conquista, una conquista que nunca abandonó el Abya Yala.
Le gargajearon, lo golpearon, le insultaron, lo putearon, le mancillaron, le arrojaron las piedras planas con números.

Su alma dejo de respirar, su cuerpo se rindió, su corazón ya no era de este mundo.
No mataron al clandestino, sino la idea de una libertad diferente, de un mundo casi igual, asesinaron un sueño sabor a nuevo, un mundo con igualdades y similitudes.

Por Walter Trujillo Moreno, Diciembre 2019