Antonela Chiussi

Desandar el Laberinto

Quise que me acepte, que me elija, que me quiera.
Quise permanecer siendo aceptada, elegida y querida.
Entonces empecé a construir un laberinto.
¿Qué se espera que diga? ¿Cómo debo decirlo? ¿Qué se espera que haga? ¿Cómo debo hacerlo?.
¿Cómo actuar?...
Y eso empecé a hacer: actuar.
Entonces seguí construyendo el laberinto.
Actuaba.
Conforme a lo que el otrx esperaba que yo hiciera.
Conforme a lo que yo pensaba que el otrx esperaba que yo hiciera.
Actuaba.
Cada vez más.
Y el laberinto se colmó de muros.
Murallas de cristal.
Hechas de canciones que no me gustaban, de gritos no gritados, de filtros de Instagram, de poses que arruinaban mi cintura y mis talones, de sonrisas que dolían, de llantos atragantados, de esperas desesperadas, de tantos sí mentirosos y cobardes, y de tan pocos no, mentirosos y cobardes también.
Corría a ciegas, rápido y desorientada.
No lo ví, no me ví.
No me reconocí en su reflejo.
Choqué contra él, haciéndolo estallar. Filosos y plateados volaron mis yoes por el aire, multiplicándose y cayendo sobre mi cuerpo.
Sangré.
El laberinto que dominó hasta entonces, devino en dominó y comenzó a derrumbarse.
¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado ahí?
Me encontré sola y sin espejos.
Sin espejos.
Y sola.
Sola conmigo y con mi sangre.
Con mis lágrimas, con mi cuerpo desnudo.
Desnuda el alma.
¿Cómo volver?
¿Cómo vuelvo a mi?
Bostezó mi conciencia, despertando: desandando el laberinto, dijo por lo bajo y para adentro.
Pero para eso habría que volverlo hacia atrás.
Hacia sus orígenes.
Tomar coraje, valor.
Y pararse de frente para deconstruir lo transitado.
Cada camino. Cada palabra no dicha, cada grito acomodado en el cajón. Cada sonrisa de rouge dibujada. Cada lágrima seca. Cada personaje abordado.
Cada máscara.
Que más cara, me costó,
que exponer
la mia, propia.