LA FÁBULA DE LOS MAGOS
Entonces los magos, cansados de que cualquier persona pudiera ingresar a la cofradía, decidieron crear una sociedad secreta dentro de la mismísima sociedad secreta de los magos.
Es que las barreras de ingreso ya no eran las mismas, el que tenía dinero podía acceder sin la necesidad de pasar por los exámenes de antaño.
Si el candidato tenía un conocido en la orden, le facilitaban los trámites para hacerle la ceremonia de ingreso lo antes posible.
Y ni hablar de que el postulante fuese una persona influyente en el Gobierno del Bosque; en ese caso, hasta podían admitirlo sin realizarle el ritual de iniciación.
Los magos, los verdaderos, los que llevaban la magia en el corazón, se encontraban con nuevos adeptos en cada reunión. Ya todos eran magos, claro, en los papeles.
Pero como la magia no se limita sólo a la pertenencia a una cofradía, sino que debe penetrar en el corazón del iniciado, a los magos del corazón se les ocurrió crear dentro del mismo seno de la hermandad, una sociedad oculta a los ojos de los magos que no reunieran las condiciones que antiguamente se exigían. Y así nació “La sociedad de los Magos del Alma.”
Esta nueva y paralela hermandad, ya no podía juntarse en la profanada cofradía, por lo que simplemente decidieron hacerlo a la vista de toda la población.
La reuniones eran el primer sábado del mes en el laurel gigante que se encontraba en el medio del bosque. Allí conversaban sus temas sagrados, y si alguien se acercaba, lo invitaban a tomar parte de la reunión, sólo que el tema que hasta ese momento se trataba, quedaba en suspenso y a resguardo hasta que sólo estuvieran los verdaderos magos.
De esta forma se conservaron los principios milenarios de la sagrada magia, la cofradía siguió en acción, pero era sólo una pantalla para aquellos que querían aparentar. Mientras tanto, el laurel gigante guardó para siempre los verdaderos secretos de Los magos del Alma.