Cuando el tiempo pase inclemente
y la vejez sin tregua me persiga,
tal vez te encuentre por allí,
bella, a pesar de los años;
olvidados los temores y los daños,
me sentirás de algún modo presente
y aunque no te lo diga
tú sabrás que te extraño.
Cuando uno de esos remolinos
de remembranzas llenas de ti,
una de esas tormentas de nostalgia
en las que a veces me pierdo,
no sé si por loco o por cuerdo,
por cuestiones del destino
te traigan de nuevo a mí,
sabrás que aún te recuerdo.
Aunque alguno de mis escritos,
imagen de mi sentir de hombre,
testimonios de un amor jurado
con verdad, con legítimo orgullo,
con un dolor al que le huyo,
con un sentir infinito,
no lleven al final tu nombre,
tú sabrás que son tuyos.
Y sabrás que no mentía,
que no había más verdad
que tú en mi mundo;
un mundo que sin ti está hueco,
como un río que está seco
porque perdió sus alegrías;
que grito ¡TE AMO! en mi soledad
y llegas a escuchar mi eco.
El eco de la angustia de mi voz,
de un pesar tan extenso
que a la locura me lleva
al recorrer tu camino,
locura que a veces no domino.
Y preguntándole a Dios
por qué en el día te pienso
y en las noches te imagino.
Y te contarán que me vieron
paseando solitario mi melancolía,
retrocediendo en el tiempo,
buscándote en cualquier parte,
sufriendo por no encontrarte
y que triste me sintieron,
tú sabrás reina mía,
que no he podido olvidarte.
Y sólo muriendo te podría olvidar,
pero eso también puede ser incierto,
pues, cuando ya me estén enterrando
y veas mi cuerpo extendido,
tú tendrás que pensar
que estás en la mente del muerto
que no te enterró nunca en su olvido.