Si la tristeza anula la inocencia,
consiguiendo que una lágrima derrape,
de mis ojos a mis labios, y se escape,
sentiré que murió la adolescencia.
Pero luego, si es que aguanto la evidencia,
trataré de buscar en su sarape,
ese manto de sueños que me tape,
con perdón de mi alma y mi conciencia.
No sé bien si el final de mi destino,
es mirar y observar hacia la nada
para ver como pierdo la partida.
Pero puede que surja el peregrino,
ese niño con fuerza sobrehumana
que entremezcle las líneas de la vida.
Rafael Sánchez Ortega ©
16/11/19