No soy creyente. Porque no estoy seguro de nada. Soy si acaso oyente. De una posible hada. Ayer entre campanadas. Revolotearon las cigüeñas. Las peregrinas arrodilladas. Mostraban sus humildes enseñas. De repente yo que no me emociono. Quiero decir que no lloro. Por una vez me abandono. Con las voces del angelical coro. Hasta los ateos alguna vez creen. Porque el alma tozuda cede. Como los ateos también leen. Se explica que la repentina conversión sucede