La noche reina en el cielo
de otoño; el sol, sin embargo,
ya fin pondrá a su letargo,
tan pronto llegue el invierno.
Señal oportuna, acaso,
será el chirrido del quicio
de esa puerta del solsticio,
que al frío invierno abre paso.
Desde ese preciso instante
cumplir deberá el encargo
de hacer cada vez más largo
el día, a ritmo constante,
y así, en el reñido duelo
que van librando a porfía
la oscura noche y el día,
sin tregua alguna, en el cielo,
tal cual aquel caballero
que echó al bastardo una mano
en lucha contra su hermano,
el rey don Pedro primero,
el sol, tan fiel partidario
del día, es de suponer,
sin rey quitar ni poner,
dará, como el mercenario
francés, ayuda en combate
al día y, de esa manera,
llegando la primavera,
podrá llegarse a un empate.
Y ya, tirando de oficio,
alzar podrá a su señor
al culmen de su esplendor
llegando al otro solsticio,
que en este norte terrestre
será el verano siguiente
y al sur, que es muy diferente,
lo mismo, tras un semestre.
De antiguo, en el mundo entero,
gustaban ya los humanos,
que hoy se dirían paganos,
de honrar el solar evento,
con danzas en torno al fuego,
emblema del sol, que es fuente
de vida, ya era la gente
consciente de ello, mas luego
poderes de hecho intentaron
poner fin a tales ritos,
y en nombre de algunos mitos,
con otros ritos taparon.
Actualmente celebrar,
como antes, este solsticio
también cabe: es el inicio
de un nuevo ciclo solar,
que no es mito, es realidad,
porque ha sucedido siempre,
aquí, en el norte, en diciembre,
casualmente en Navidad.
© Xabier Abando, 18/12/2017