A tus pasos voy cayendo
desde el día,
desde mi estatura
desciendo para
en tus ojos encontrarme,
como un grano perdido de sol,
como una canción
que necesita letra,
curado y blanco voy a ti.
Voy a tu luz de bronces limpios,
donde una voz sin sombras,
crece ecuánime y fértil
entre tus senos
y tus muslos,
me ata a tu cintura,
al capitel alado de tu pelo nocturno.
Tus manos,
son una cura de especias
aromáticas,
donde se mecen tiempos
y aguaceros;
en la tarde,
son refugio de las horas,
que se aferran al camino
hasta que nace la luna.
Vas desatándote poco a poco,
como una ola de palomas,
hurgando en las semillas,
insitando la germinación,
el esfuerzo,
liberando sombras
que huyen hacia la vía láctea,
y te desbordas súbitamente,
sobre la terquedad blanda
de mi pecho.
Eduardo A. Bello Martínez
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