Alberto Escobar

Haragán

 

Siempre he sido una máquina
de ganar poco dinero;
¡como siempre he tenido
tan buen paladar para el vino
y para los besos!

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Son las once de la mañana, el hombre yace ocioso
sobre la mesa escritorio iluminada del salón, se diría,
a mi modo de ver, que más que estéril de beneficio
permanece vago, digo vago no por vacío sino por todo
lo contrario: porque vaga entre sus pensamientos, entre
sus curiosidades valiéndose de una suerte de bola de
cristal.

La mujer no entra, irrumpe como una jeremías en la
estancia, el hombre calla, asiente.

— Me tienes harta, yo como alma que lleva el diablo de
un puesto a otro para acercar a casa un mendrugo de
pan y tú aquí, como suspenso.
— Es que no me llega la camisa al cuello, barrunto que
este asueto que el temporal me trae es el principio del
final, ya sabes que la juventud me va dejando por otros
que hacen la faena a mayor sabor de los capataces.
— Conque crees que el lamento va a serte bálsamo de
Fierabrás a todos tus males, ¿no?, pues estás muy pero
que muy equivocado; ahora mismito vas a levantar el
campo de tu placentero cojín y vas a ir al capataz a
cantarle las cuarenta como me llamo...

Suena como salvadora campana la cadenilla del patio
que avisa de visita, es el teniente de alcalde que trae, quiero
pensar, buenas nuevas.

— Hombre, el alcalde ha cabildeado por ti en las covachuelas
de palacio y te ha propuesto como contador de abastos.
— No me lo puedo creer mi señoría, pero ¿a santo de qué
me vienen estas delicias?, yo no he pedido ni por asomo...
— ¡Qué alegría!, yo que estaba hirviéndome por dentro entre
los peroles del fregadero, ¡gracias a Dios, que es justo!
— ¡Buenos días señora le dé Jesús!, ya ve usted, se avecinan
buenos tiempos para la casa, pero no canten victoria todavía.
— Descuide, si en desgracias tengo el culo pelado, que si yo
le contara nos tiraríamos las horas.

Sus vacuidades y holganzas desaparecieron en un abrir y
cerrar de ojos, se enfundó el terno de los domingos y se plantó
en la puerta del despacho como por teletransportación.
— Buenos días hombre de Dios, pasa y acomódate.¿Un güisqui?
— ¡A estas horas señoría!, prefiero un tinto de verano.
— Muy bien, como quieras. Te he conseguido el puesto de contador
municipal, un contrato fijo progresivo en remuneración con un
sueldo inicial de mil maravedíes mensuales y dos mil dentro
de dos meses.
Pues entonces vengo dentro de dos meses...