Ayer en la multitud vi una sonrisa,
posóse sobre mi cuerpo en tierno abrazo,
cobijándome suave como esa brisa
que al final del día llega sin retraso.
Era a veces curva, otras veces lisa,
parecidísima al delicado trazo
que un dibujante con precisión desliza
bajo el sutil movimiento de su brazo.
Esa sonrisa ha sido mi rendición,
mi crucifixión y mi resurrección;
incrustada la cargo entre sien y sien.
No conozco a la dueña de la sonrisa,
lo que sin duda me causa mucha risa
al verme prisionero de no sé quién.