Despacito y buena letra...
A las once de la noche se previó el toque de queda.
Las autoridades decretaron la absoluta limpieza de cualquier
vestigio de David y sus hijos en todo el orbe hispano.
El escribano, bajo el palo mayor de la Pinta, pasaba lista
a las tropas tal que la despedida de sus deudos tuvo que
producirse de antemano — era costumbre ancestral en la
marinería apurar al máximo la compañía familiar —.
Mañana aguardaría un \"dies gloriosus\" como habrían pocos
en las vidas de semejantes paganos; la apuesta que suponía
la empresa era de órdago a la grande.
Gonzalo, el contramaestre de mesana, pespuntaba los últimos
granos de su rosario antes de su pronta cabezada; su camastro
se hacía acompañar del que fuera su colega de juegos desde casi
sus albores; en Palos eran grandemente conocidos.
¡Qué tal Gonzalo si subimos a la bitácora para divertirnos
un rato!, ofreció su compadre
—Vamos pero con cautela, pequeño Francisco, repuso el primero.
Después de varias rotondas al heliocéntrico timón de madera,
Gonzalo se lanzó a decir:¡Tierraaaaaa a la vistaaaa!
Como ratas que se desbocan a los sones del flautista
la oyente tripulación, todavía in albis, salió de sus celdas
alborozada, exultante por asistir a un hito de simpar
repercusión.