Hay un cazador de poemas
que lo he visto esconderse
entre los arbustos del espíritu humano
presintiendo hilos irrompibles
rayos perdurables
como conjuros que rasgan la maleza.
Su red está lista
y en prados ordinarios
es que anda al acecho de las mariposas
de los susurros más creíbles
del brillo que ha de sobrevivir
a las trincheras siderales.
Lo vī y se me reveló como el niño
que hurga por debajo de las piedras
con la esperanza de hallar algunos
arcoiris o quizás pedazos de sol.
Le brindé mi sonrisa
y tuve su correspondencia
justo,
cuando me puse;
frente al espejo.