Porque de mi boca, aquel día
surgió la palabra eterna, quisiste
que no quedara enredada entre los pinos.
Y fui a tu casa y me acogiste incólume
con los brazos abiertos
como ramas de un roble,
me diste a beber vino del odre de la pureza.
Tu tiempo fue mi tiempo,
mis huellas se marcaron tras las huellas de tus pasos.
Mi piel sorbió el viento
que las olas del Mare Nostrum
pasaban de una a otra
hasta conseguir plegarlo en los mástiles del puerto.
Allí estaba Gaudí ,San Pablo, el Tibidabo,
el barrio Gótico y la Rambla
y las inmensas horas grabadas en un balcón
abierto al campo, donde la siringe
de la curruca vibraba cada mañana.