Lo vi y pese a todo no creí en ello.
Infausta lógica la mía y nefasta lógica la de los demás.
Aún así volví a hacer lo mismo: yo frente al omnipresente
crepúsculo y la sucesión de luces supersónicas
sacudiéndose como si fuesen millones de proyectiles
ubicados en mi cerebro de hombre apto para engalanar
el mundo con sus impúdicos devociones.
Ahora sí podría ser cierto lo incierto:
secuencia de milagros que menoscababa mi ego,
mi hígado medianoche y mis justificantes de suicida.
“La Voz” habló y dijo algo impenetrable…
Lo vi y lo juzgué crudamente…,
obsoletas ideas fueron las mías,
hasta que tuve a mi alrededor aquel batido
de particularidad, aquello que iba agonizando
al tiempo que reverdecía el otro extremo
del planeta Tierra.