Alberto Escobar

Imprudencias

 

Los ojos de la gente están en mis ojos.
Si hiciera algo indigno sería indigno
a sus ojos porque lo son a los míos,
aunque sus ojos no me vean.
Si lo indigno no me asquea
es que mi conciencia 
se envenena.

Parafraseando a Javier Gomá Lanzón.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Seis días solo en una cueva.
Salieron, como desde hace seis años, un grupo de compañeros
de trabajo a jugar a la espeleología por las escarpias de los montes
infectos de breña de la serranía cordobesa.
Se decía que sus colinas estaban punteadas por pequeñas cuevas
que en el cretácico fueron habitadas por los neardentales.
Allí que fueron, como cada puente de la Inmaculada, a buscar restos.
Juan se quedó aislado en un momento en que osó hacer la guerra
por su cuenta.

No sé cuántos días llevo, medio muerto.
No pruebo bocado, mi estómago implora,
solo hay piedras, sin agua mi cantimplora,
sin vianda mi hatillo, nada a la boca.

¿Por qué tuviste que abrirte del grupo?
¿Por qué no domeñaste tu curiosidad?
Bien empleado te está el desenlace,
que si los compañeros no te dan alcance
lo mismo terminas mal.

Sé que erré en el salirme del rebaño,
solo es esto una vez al año y me pirra
la espeleología, poder encontrar hueso
humano sería más que una dicha, un
milagro, una aparición mariana en medio
de un inhóspito prado lleno de breñas
y riscos, sin palmito que echarme a la boca.

Tendrás que confiar en la luz de tu destino,
si la hora no te llega vivirás para contarla,
si se te aparece la parca con este frío
tendrás que acompañarla aunque el brío
de tu aliento desaconseje la marcha.

Estoy seguro de que mis compañeros
darán conmigo tarde o temprano —
espero que sea temprano—. Además
los estoy oyendo o eso creo, salvo
que me traicionen el deseo y los nervios.


La hipotermia, que se extendía como mancha de aceite
por sus poros, no dio al traste con su vida por escasos
centímetros; los compañeros llegaron para salvarlo.

Final feliz.