Si tan solo se pudiera conectar con su persona enérgica, su fuerza, su vitalidad a punto de coraje.
Su lejana pinta de trivialidad tan cansina, apagada voz la sensación entristecida.
El grito evocador, su sustancia, o tal vez la ancianita cálida.
Y mírase platicando en aquellos días lúcidos sus aventuras, las del otro país, el indómito y antimoderno, el país que existe escrito y en algunas cabezas.
Sentada a tejer al juego de sombras contra luces incandescentes, tantos recuerdos la longeva suerte le ha tocado.
Ha olvidado mucho, nombres, tradiciones, ha perdido en el camino el rastro de toda ecuménica alegría.
Y la cabeza blanca, blanca. Aun con todo podía reprender el capricho con disciplina añosa. Imponente en sus restos, imponente madre grande, mamá grande se llama y está en esa casa, al menos recordada mamá grande, por su familia, por demás: grande.