Había un deseo de revolución, un aire helado que se filtraba por los cigarros hasta los pulmones llenándote el cuerpo de una nicotina diferente. Había un deseo de cambio, una profunda herida en mitad de los dos ojos que sangraba un líquido acido que nos iba quemando y surcando hasta el pecho. En la época en que fuimos eternamente jóvenes, existió un camino, un montón de hijos de la juventud lo seguimos, sin esperar la muerte, sin esperar el amor, ni mucho menos una vida.