A poco de andar encontré un abismo;
y me quedé boqueando contra un pecho ausente.
Tu muerte provocó una diáspora
de huérfanos ciegos:
adictos
a ilusorios destellos y vanas respuestas,
o dóciles escudriñadores
con el sigilo de los ángeles
(variedades antagónicas de raras aves sin nido).
En lo que a mí respecta, me adapté al silencio.
Me indagué en los espejos hasta el cansancio
buscando la evidencia de tus rasgos.
Desempeñé mi parte con esmero envidiable,
pero tu persistencia socavaba mis años.
Goteabas
taladrando mi obstinada necedad.
Y se abrió el resquicio inevitable...
Cuando por fin supe
cuál era la pregunta,
los respondedores se arrancaron la memoria.