En la lejanía sigo tus pasos.
Me alegro con tus logros pues sé que no ha sido fácil para ti.
De humilde cuna, hijo del barrio, sólida educación y una madre que daba la vida por ti.
Dejaste tu patria siendo joven, como tantos otros. Extendiste tus alas y con temor comenzaste a volar.
Solo en un país y una cultura desconocidos; aprendiste una lengua nueva, perfeccionaste un oficio que se convirtió en tu pasión.
Ahogaste más de una lágrima con una sonrisa, te levantaste después de la caída, alzaste la frente y seguiste adelante.
No sabes cuánto te admiro, pues eres un ser maravilloso del cual me siento orgulloso.
Ver tu sonrisa después de haber obtenido un éxito, no tiene precio y me hace feliz. Sí, mi amigo del alma, así soy yo; un errante peregrino que se alegra con la alegría de los que quiere y les desea siempre lo mejor de lo mejor, pues se lo merecen.
La distancia me impide abrazarte como quisiera, como es mi mayor deseo; poder mirarte directo a los ojos y, sin que me digas nada, entrar en ese tu maravilloso mundo interior y poder acariciar tu noble alma. Esa alma que se ha temperado con las pruebas, sufrimientos, dolores, soledades, nostalgias y lejos de endurecerse, se ha vuelto más humana. Un gran triunfo.
Te queda aún mucho camino por recorrer, metas que alcanzar, sueños que realizar, vida por recorrer.
Solo me permito un consejo, perdona si me atrevo, jamás olvides tus raíces, aquella patria que te vio nacer, aquel barrio donde de niño corriste, reíste a carcajadas, jugaste y creciste. No dudes en tender una mano a quien la necesita y sobre todo conserva la humildad, esa que te ha abierto todas las puertas.
Aquí en lontananza continuaré a seguirte sin que te des cuenta siquiera; uno de esos seres invisibles que te sostienen en el silencio, que te admira desde un cálido rinconcito llamado corazón y eleva una oración al Padre por ti.