Ah... Esta soledad
que tanto extraño,
este silencio eterno
que llena tu espacio, tu tiempo
cuando ya te vas.
Como extraño la soledad,
el sin fin de cosas
que percibo,
como la falta de tu aroma,
el silencio de tus pasos,
tu risa desdeñada y el eco de tu voz.
Adoro a mi soledad
cuando no comparto contigo
las platicas de algún amigo,
el aire que no respiras
y tu lado de la cama.
Amo a mi soledad
como a una amante
complaciente;
que no se mete en nimiedades,
que no murmura entre dientes.
Cuando tú no estas
todo aquí es silencio
y el tiempo casi siempre se detiene,
y como mancha de humedad
brota de entre las paredes
mi perfecta, incorruptible soledad.
Y es entonces que me pongo a recordarte,
te imagino silente, taciturna, amada.
Y recorre así mi pensamiento
lo largo de tu cabello, lo dulce de tu boca,
ese aroma de tu cuerpo,
la luz de tu mirada y lo blanco de tus senos.
Y me detengo en ellos una eternidad,
que es lo que los separa a uno del otro,
y recuerdo extasiado sus grandes aureolas
que dan a tus tiernos pechos
ese don de santidad.
Y te tengo entonces toda mía:
frágil, tierna, santa, complaciente.
Tengo también para mí, para mis sentidos
el espacio que ocupaste,
mis pensamientos intactos
y la mirada en calma
Tengo además para recordarte siempre
esta soledad y el frio de mi cama
© Armando Cano