CANTO I
Hórridos gritos en el báratro estoy escuchando.
De las ánimas plañideras que en los recóditos sitios auguran el cruel y mortal suplicio
que despierta las emociones más sensibles posibles de todo ser humano.
¡Piedad y misericordia! Miedo y angustia. Un oceáno de emociones.
Llantos estertores y arrítmicos desgajan la moral tórrida del inexorable monumento.
En las gélidas pieles de los colosos de bronce,
pernocta la lúgubre lágrima de los agonizantes.
Miradas desorbitadas y entreabiertas, buscando la inasequible tranquilidad.
Una tranquilidad que es impedida por la crisis circunstancial y caótica.
Las dialécticas de la vida y la muerte caen en el vórtice gris de la desolación.
Solo la fe... persiste.
¿Hasta cuándo? ¡Yelmos y escudos asediados por las sombras beligerantes del alma!
¡Ten misericordia en mi agonía!
Talante resiliente, bardo moribundo que musitando reza un hálito de esperanza y dolor.
¿Me estarán escuchando o solo me miran angustiados?
Verdad, cruda verdad absoluta.
Estoy muriendo y no hay nada que pueda salvarme de este dolor,
honestamente, el agua parece apenas nepente.
Te he de dejar, ¡oh, cuerpo! te he de dejar,
llora conmigo ahora que tal vez mañana
en la tierra hemos de reposar.
Black Lyon
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